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martes, 29 de diciembre de 2009

Rafa estuvo aquí hace casi un mes. Viajamos al sur de mi país (hace años fuimos al sur del suyo). Me hace bien verle. Lástima la distancia, el tiempo, pero el cariño sigue allí, intacto; descubrí que lo que nos mantiene unidos no solo es el afecto, es la paciencia mutua que nos tenemos.

Luego su Sonrisa Inolvidable se fue, nuevamente.

La primera vez fue en una cafetería del Paseo del Prado, lo vi alejarse por la calle y después clavé mis ojos en una taza de café. No sabía qué pensar.

La segunda vez no paré de llorar a la salida del aeropuerto.

Esta tercera vez fue diferente. Había tanta tristeza en el ambiente (no por nosotros) que hubiese sido estúpido llorar por su partida. Le di un abrazo y nos tomamos una foto.
Hay tanto que dejé atrás en mi otro mundo que quisiera retomar lo no hecho, lo no dicho, lo no vivido. En octubre quiero regresar a Europa y esta vez no es solo un decir.

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No, mi crisis no se debe a su ausencia sino a algo mucho más importante, más profundo.

Debe ser la incertidumbre.

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