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sábado, 26 de mayo de 2007

De cómo callo a las voces que no quiero escuchar

Con lo incapaz que soy de manipular el lenguaje, de explicarme en palabras, ahora me es peor porque no existe nombre para esto, que no es ni siquiera angustia o dolor.
Un corcho se me estanca en algún lugar (o en todas partes) entre mi tráquea y mi estómago. Todo se ve borroso (por eso de las lágrimas) y siento invisibles heridas en mis sienes y mis dientes.
Inútil el ejercicio metáforas, símiles, descripciones o analogías; y no lo converso con nadie porque no tiene explicación.
Todo resulta tan fátuo, hasta mi propia piel.

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